Ubicada en medio del Pacífico, a 3700 kms de Chile, la Isla de Pascua es la isla chilena famosa por sus esculturas de piedra, por donde se puede realizar un recorrido para descubrir los tesoros arqueológicos, ritos y los ecos del pasado de la civilización rapa nui.
Luego de 4 hs de avión sobre el océano Pacífico, se llega a la isla Rapa Nui, la Gran Roca.
La Isla de Pascua ocupa 160 kms cuadrados, tiene 5000 habitantes y 638 moáis (las clásicas estatuas de piedra). Es considerada la isla habitada más aislada del planeta, ubicada en del mar, a mitad de distancia entre Chile y Tahití (en la Polinesia Francesa).
Es un afloramiento de roca negra salido de tres volcanes apagados: el Rano Kau, el Poike y el Terevaka.
En la isla hay casi 3.000 caballos, que parecen no pertenecer a nadie, tras haber sido marcados a fuego por su dueño en el momento de su nacimiento, luego viven y mueren en las praderas, en estado semisalvaje, sin bozales ni correas.
Los moáis son cabezas de piedra esculpidas por los antiguos habitantes, que están distribuidos por toda la isla con alta presencia. Tienen entre 2 y 10 metros de altura y llegan a pesar 80 toneladas. Casi todos se encuentran tumbados en el suelo, algunos en dos o tres pedazos.
Según teorías arqueológicas recientes, los mismos habitantes fueron quienes tumbaron los moáis durante una época de luchas intestinas entre clanes y de hambre generalizada, cuando el culto a los antiguos ídolos de piedra fue sustituido por una nueva religión.
Los moáis están en peligro por la presencia de los caballos en la isla, que frotan sus cascos en la superficie de piedra de los que están a su alcance, hasta borrarles los rasgos.
La Isla de Pascua no son como las típicas islas tropicales de arenas blancas, palmeras y arrecife coralino. El encanto de las islas está en su pasado, en los ecos de la historia antigua y misteriosa que es visible en cada piedra del lugar.
Pascua fue colonizada alrededor del año 900 por los polinesios.
El mito habla de un príncipe caído en desgracia, Hotu Matu’a, quien, tras haber enviado a seis exploradores en una piragua por el Pacífico, la eligió como su reino, mudándose allí con su numerosa familia. Los colonos encontraron un territorio virgen, enteramente cubierto de árboles y con numerosas especies de pájaros. Los pobladores se multiplicaron hasta alcanzar entre 15 mil y 20 mil habitantes, divididos en doce tribus y empeñados en la construcción de estatuas –siempre más grandes–, para honrar a los dioses.
El resultado es nefasto: los habitantes gastaron rápidamente los recursos disponibles y, atrapados en la isla sin posibilidad de dejarla –todos los árboles aptos para la construcción de barcos habían sido depredados–, ingresaron en un período de luchas intestinas, destruyeron frenéticamente sus objetos de culto y llegaron al borde de la extinción. “Cualquier similitud con el posible destino de la raza humana es puramente casual”, dicen irónicamente algunos habitantes de la isla.